Los viejos del lugar acuden a ver esa bodega renacida llenos de asombro. Es un giro de guion que nadie esperaba en la pequeña localidad de Los Cojos. Y el protagonista es Ricardo Del Valle, un joven que, contra la opinión de su propia familia, eligió quedarse en el pueblo al concluir sus estudios, restauró la bodega familiar y comenzó un nuevo negocio pegado a sus raíces.
La bodega de la familia Del Valle estuvo activa durante casi medio siglo. Los años que van desde el final de la Guerra Civil hasta finales de la década de los ochenta. Se cerró porque resultaba más operativo llevar la uva a la cooperativa que realizar nuevas inversiones y, desde entonces, el espacio que antes se dedicaba a producir vino quedó convertido en un almacén de aperos. Era el lugar donde jugaba Ricardo de niño. Y el espacio en el que crecieron sus sueños y su vocación. Porque el apego de este joven enólogo a la tierra y al vino es vocacional.
Hoy, después de tantos años de silencio, la vieja maquinaria está parada pero limpia y dispuesta para hablar a las nuevas generaciones de la elaboración del vino. Y es que Ricardo Del Valle ha restaurado la vieja bodega. La parte histórica la ha reconvertido en un pequeño museo enológico que muestra el modo tradicional de trabajar y vivir en la comarca. La nave adyacente es una bodega de moderna factura y pequeña capacidad (de momento) en la que Del Valle elabora su pequeña producción de vinos de calidad. Y el patio, que está de nuevo perfectamente limpio y enjalbegado, vuelve a llenarse de olor a mosto en época de vendimia y, durante los fines de semana, de turistas que quieren conocer la bodega, catar el vino, pasear por el viñedo y, finalmente, disfrutar de un almuerzo tan típico como contundente. Vides, vino y turismo enológico. Esa es la apuesta de un joven de 24 años que eligió quedarse.
Del terruño a la botella
Ricardo terminó el bachillerato y tenía nota suficiente para poder seguir los estudios universitarios que deseara, pero eligió entrar en la escuela de enología de Requena para centrarse en el vino. Su padre, que se vio obligado a quedarse para atender el negocio, deseaba que cursase estudios universitarios, dando por supuesto que era lo mejor para su futuro. Pero él sentía pasión por la tierra y por el vino y decidió darle una nueva vida a la bodega en compañía de Mireia, su pareja, enóloga también y heredera de una familia de productores de aceite en el interior de Castellón.
Fue la realidad de las propiedades rústicas la que impulsó a Ricardo a elaborar sus propios caldos. Porque una parte importante del terreno familiar está formada por viñedos antiguos de la variedad bobal, viñedos plantados en los años treinta del siglo pasado, de bajo rendimiento pero con una producción de excelente calidad que, lamentablemente, acababa perdida en la misma tolva que el resto de la producción de la cooperativa. Ese fue su punto de partida: reservarse esa uva para cumplir el sueño de elaborar vinos de calidad y de estilo contemporáneo. Y así pasó de los ejercicios de la escuela a sus propios ensayos y, de los ensayos más o menos caseros, a la instalación de una pequeña bodega con todas las garantías necesarias. Cubas de acero inoxidable y barricas de roble en busca de una expresión propia para las vides que plantó su bisabuelo y para la que ha contado con alguna ayuda de los fondos LEADER que gestiona RURABLE.
Una carrera de obstáculos en plena pandemia
La primera cosecha de vinos que Del Valle tuvo a punto, embotellada y lista para comercializar, cuando se decretaba el confinamiento por culpa de la pandemia. No podía comenzar con peores augurios: ninguna distribuidora quería representar al nuevo productor en esa coyuntura y toda la restauración estaba cerrada. Pero él no se rindió y, difundiendo sus productos a través de redes sociales y distribuyendo él mismo caja a caja, pudo vender una parte interesante de su producción.
Luego, con el confinamiento levantado, pero con restricciones para salir de la comunidad autónoma, muchas personas comenzaron a descubrir los territorios de interior y a interesarse por propuestas como la que Ricardo Del Valle tenía lista. El monte y el viñedo, las Hoces del Cabriel, la gastronomía y los buenos caldos han enamorado este último año a muchas familias y grupos de amigos que, de paso, se han convertido en embajadores de sus productos.