Desde las antípodas hasta Ayora para vivir en la naturaleza y promover la calma

Irene Fontana se instaló en Ayora junto a su pareja por pura casualidad y, sin embargo, siente que este es su lugar en el mundo. En él ha construido su vida y en él mira hacia el futuro apoyada en un negocio que tiene abierto hace ya dos años y que está dedicado al yoga, la meditación y la terapia.

El espacio de Irene es sencillo. Detalles decorativos en color morado, cuadros con plantas secas y un mural en el fondo. Una estufa para caldear el lugar y ese toque único que da el olor a incienso. Realmente, cualquier otro elemento resultaría accesorio porque este espacio está creado para algo más importante: concentrarse, respirar y que cada persona conecte consigo misma y pueda sentirse mejor.

La necesidad de vivir en el presente

Cualquiera diría que, en un pueblo pequeño como Ayora, donde el ritmo es más pausado que en las urbes y se respira una buena calidad de vida, abrir un espacio para promover la calma y el encuentro con uno mismo es innecesario. Pero Irene lo tiene claro: “cualquier persona tiene aspectos dentro de sí que mejorar o potenciar, siempre hay trabajo personal que hacer”. Y en esa tarea lleva empeñada desde que abrió Tu instante hace un par de años con ayuda de los fondos LEADER que gestiona RURABLE.

Su oferta es sencilla: terapia, meditación y yoga. Y hasta ella van llegando personas que tienen inquietudes muy parecidas: “desean estar bien y conocerse mejor, quieren ver claridad en el camino o conectar consigo mismas”, dice Irene. “Lo que sucede es que hay diferentes formas de llegar hasta ahí. Hay gente que elige la terapia porque tiene una naturaleza que concuerda mejor con la comunicación hablada. Otras personas eligen el camino de la meditación porque se sienten mejor trabajando con el silencio y la quietud, con las visualizaciones, los mantras, la respiración… Y luego, están quienes eligen el camino del yoga que se hace más a través del cuerpo y de la energía que se mueve con él”. Son formas muy diferentes de afrontar un deseo muy similar: vivir el presente con plenitud.

Barcelona – País Vasco – Australia

Irene Fontana procede de Barcelona y su pareja del País Vasco. Se conocieron en Alemania y, habiendo estudiado ambos biología, decidieron viajar a Australia. Era el sueño que ella tenía desde pequeñita. La inmensa naturaleza de este país, sus espacios abiertos y, por supuesto, la Gran Barrera de Coral, eran un imán para su imaginación. Pero había otro imán: la posibilidad de conocer mejor el lugar y, al mismo tiempo, trabajar como voluntarios en granjas ecológicas. La aventura australiana duró medio año, el máximo que legalmente podían residir como turistas en el país. Y de ella salieron conociéndose mejor y sabiendo que querían vivir en contacto directo con la naturaleza.

De regreso a España trabajaron en un par de granjas, conociendo mejor los cultivos ecológicos y biodinámicos y adquiriendo nuevas y valiosas experiencias. Hasta que asumieron que había llegado el momento de instalarse por su cuenta.

La oportunidad estaba en Ayora

En 2012, la pareja estaba buscando un lugar en el que instalarse. Estaban estudiando diversos emplazamientos, pero tenían cierta preferencia por el interior de Málaga: el espacio, el clima, los cultivos. Sin embargo, la oportunidad que estaban soñando se puso ante tus ojos… en Ayora.

Buscando anuncios en otras zonas de España vieron este otro. Correspondía a una casa ya construida, con terreno para cultivo y con olivos ya crecidos; sin conexión a la red eléctrica (detalle que Irene considera una bendición) pero con placas solares instaladas. Desde luego, la sierra de Málaga queda sustancialmente lejos, pero supieron que era el sitio en el que deseaban finalizar su época nómada. E hicieron de Ayora su pueblo.

Aportar a una comunidad

Irene trabajó durante un tiempo como monitora de tiempo libre para personas con diversidad funcional en AFADIVAC, la Asociación de Familiares y Amigos de Personas con Discapacidad del Valle de Ayora-Cofrentes. Y después decidió abrir Tu instante, segura de que tenía algo interesante que aportar a la pequeña comunidad local. No se equivocaba. Durante las épocas más difíciles de la pandemia ha sido complicado mantener el negocio, pero ella hace tiempo que cuenta con seguidores fieles. El suyo es un público que se va renovando, pero hay siempre una base importante que acude a este espacio porque ha conectado con ella y con un modo particular de entender la vida. De hecho hay más cursos de yoga en el pueblo que se imparten en la casa de la cultura y en un gimnasio. ¿Son competencia? “¡No!, suponen una riqueza para el pueblo porque cada uno tiene su estilo. Mi propuesta, por ejemplo, es más de sentir y más de respiración y encaja con un tipo de gente y no con el resto. Y eso es bueno, está bien que haya propuestas para todos”.

En su cabeza ya se han comenzado a dibujar planes de ampliación del negocio. Pero también imagina colaboraciones con otras personas o con instituciones de la zona. Experiencias distintas, rutas menos trilladas o sugerencias sorprendentes: ¿por qué no organizar sesiones de meditación en la Cueva de don Juan?, por ejemplo. Para ella, toda la comarca es hermosa y tiene mucho que ofrecer. Como tantas veces sucede, los ojos ajenos son los que mejor aprecian la belleza del lugar.

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