Crux. Los arquitectos que eligieron vivir en el pueblo y trabajar para el ámbito rural

Raquel y Alejandro estaban en Chile, a muchos miles de kilómetros de sus raíces, cuando decidieron que era hora de volver. Antes habían pasado por Brno, en Chequia, y por Delft, en Holanda, y reconocen que esas experiencias les enriquecieron mucho. Pero a la hora de establecerse y formar una familia eligieron el ámbito rural. Hoy viven y trabajan entre Requena y una de sus aldeas, Los Pedrones. Y se sienten unos privilegiados.

 

Estrenaron este alojamiento rural, Villa Serrano, durante la primavera de 2021 y fue un éxito casi inmediato. “Después de la época tan dura de confinamiento y restricciones, venir a una casa en un pueblo pequeño era para muchas personas un modo perfecto de recuperar el placer de los viajes en un entorno familiar y de bajo riesgo. Y esto nos ayudó a iniciar el recorrido”, comenta la pareja formada por Raquel Sola y Alejandro García Pedrón. El inicio fue bueno e inmediatamente después comenzaron a funcionar las excelentes calificaciones de los usuarios en los portales de contratación. Luego, una pareja de microinfluencers compartió su experiencia y sus fotos en Instagram. Desde entonces no han parado. Y es que la casa enamora a cualquiera que la ve porque es al mismo tiempo rústica, elegante y confortable. Tiene cuatro habitaciones dobles, un salón con cocina y un patio en el que disfrutar con su barbacoa y con un ofuro o jacuzzi de madera para disfrutar de un baño caliente con vistas al paisaje local.  Al verla, aunque solo sea en fotos, es fácil entender que, desde el otoño, cada fin de semana la casa esté reservada. Puedes visitarla o alquilarla desde aquí.

 

Un impulso compartido con todo el pueblo

Raquel y Alejandro compraron hace unos años esta casita a los herederos de un médico de Valencia que la hizo construir en los años 20 del pasado siglo XX. En aquella época se consideraba que este espacio natural, entre la viña y el monte, era un aliado perfecto para el descanso y la salud. La joven pareja, que mantiene la misma idea, utilizó el lugar algún tiempo. Hasta que decidió hacer una rehabilitación en profundidad y convertirla, con ayuda de los Fondos Leader que gestiona RURABLE, en este encantador alojamiento con el que saben que están potenciando la vida del pueblo.

La casa rural es su proyecto, pero sienten que este espacio tiene el deber de ser también un impulso para toda la comunidad de Los Pedrones. Por eso han invitado a diferentes familias que viven en esta pequeña pedanía de 160 habitantes a posar y mostrar sus productos en esta casa. Y por eso, cada grupo de viajeros que alquila este alojamiento encuentra una guía con recorridos próximos y con los datos más importantes de los productores locales de vino, de quesos, de pan o de embutidos tradicionales. Los visitantes lo agradecen mucho, la comunidad estrecha sus lazos y las familias se impulsan unas a otras. Raquel y Alejandro sienten que es el modo de construir una comunidad, de incrementar su capital social y devolver a este pequeño pueblo todo lo que de él están recibiendo.

La decisión de regresar

Estos jóvenes salieron de la Escuela de Arquitectura de Valencia con las mejores calificaciones los años 2013 y 2014 respectivamente. Pero sabían que no se podían quedar con eso. Por eso salieron a ampliar sus estudios y sus horizontes. Primero Europa y luego Latinoamérica. Era imprescindible para mejorar desde el punto de vista profesional, pero también para saber que lo que querían era vivir y trabajar en este pequeño lugar del mapa.

Regresaron y apostaron. Fue una decisión valiente que para muchos colegas de su promoción resultaba difícil de entender, porque si la profesión vive muchas incertidumbres en general, intentar promover una arquitectura de calidad en entornos naturalmente conservadores como es este a muchos les parecía una tarea impensable.

 

Arquitectura rural, honesta y con una especial visión del tiempo

Pero para entender a la pareja que formó el estudio Crux, es necesario escucharlos hablar de arquitectura, de tradición y modernidad, de honestidad y del paso del tiempo. Porque lo que a ellos les importa es poder combinar todos estos elementos. Hace años que tenían este ideario y un estilo propio e, instalados aquí, comenzaron a realizar pequeños proyectos (puedes ver algunos de ellos en su web) con la dificultad de ser un estudio de profesionales muy jóvenes. Hasta que les llegó el encargo de restaurar la bodega Dussart-Pedrón, en el mismo pequeño pueblo que vio nacer a Alejandro. Era un espacio para la elaboración de vino que, tras muchos años de abandono, volvía a renacer de la mano de otra familia que, como ellos, decidía establecerse profesionalmente en este lugar. Atendieron el encargo con mimo, combinando los materiales existentes con las propuestas contemporáneas y, como ellos dicen, “tratando el paso del tiempo como un material más de construcción, sin esconder las cicatrices que deja”. Cuando el Colegio de Arquitectos de la Comunidad Valenciana premió su hermosísima intervención (puedes ver el proyecto aquí) recibieron el espaldarazo definitivo.

Hoy, esta joven pareja y el pequeño Teo, de año y medio, ayudan a dar vida a Los Pedrones, lugar al que quieren trasladarse pronto. De momento quieren vivir en Requena hasta que su hijo pueda comenzar la educación primaria (en la aldea no hay escuela infantil), pero mientras el momento llega, atienden cada vez más proyectos de arquitectura en los alrededores de Valencia, en entornos rurales. Realizando muchas reuniones por videoconferencia, haciendo viajes de pocos kilómetros para controlar las obras. Y disfrutando de la inmediatez que les otorga este lugar en el que se sienten profundamente privilegiados y que les permite presentarse orgullosamente rurales.

Creare: una asesoría para tener trámites rápidos y decisiones empresariales atinadas

Después de atender a sus campos o a sus pequeños negocios, muchas familias del territorio saben que les espera una desagradable tarea extra: navegar entre papeles. O, lo que es peor, ocuparse de trámites telemáticos complejos. Para evitar esa angustia, Arancha Monteagudo y Vanessa Fernández han creado Creare Asesores en Utiel. Ellas se aseguran de que sus clientes tengan siempre al día sus impuestos, su contabilidad o las obligaciones con sus trabajadores. Y, algo mucho más importante: les ayudan a tomar las mejores decisiones de futuro.

También el mundo se ha hecho complicado en los pueblos grandes o pequeños. La agricultura y la ganadería cuentan ahora con maquinaria que facilita los trabajos más duros; pero a estos sectores les ha crecido una larga lista de asuntos administrativos tediosos y no siempre sencillos. Igual pasa con una tienda, un bar o una peluquería. Cualquiera que tenga un pequeño negocio, da igual dónde esté, sabe que el papeleo se multiplica. Y se necesita mucha energía, mucha voluntad y mucho consultar el BOE para tenerlo todo siempre correcto. Eso… o contratar a la cooperativa Creare Asesores y dejar los trámites en manos de Vanessa y Arancha.

Conocimiento, experiencia y herramientas informáticas

Estas dos mujeres conocen el oficio sobradamente porque trabajaron durante años en una gestoría de Requena. Hasta que decidieron que querían comenzar su propia aventura en Utiel. Es el pueblo donde viven y donde crían a sus hijos, donde conocen a tanta gente y donde quieren que su larga experiencia pueda ser útil a muchas personas. En primer lugar, a quienes tienen pequeñas empresas o explotaciones agrarias y a quienes ejercen como autónomos, porque son quienes se enfrentan de forma periódica a trámites con hacienda y seguridad social. Pero también están disponibles para ayudar a particulares a resolver trámites de forma puntual: la declaración de la renta, una herencia, seguros, tráfico… Ellas tienen el conocimiento, la experiencia y las herramientas informáticas.

Arancha Monteagudo es administrativa y terminó sus estudios hace años, pero desde entonces nunca ha parado de formarse. Vanessa Fernández estudió ciencias empresariales y un duro máster en Contabilidad, auditoria y control de gestion. Es algo más joven que su socia, pero también acumula muchas horas de atención profesional y mucho conocimiento agregado en un proceso constante de aprendizaje. Y es que la formación continuada es imprescindible para dar un buen servicio dentro de un sector que vive constantemente cambios normativos. A eso hay que añadir que, en los últimos años, también se han incorporado muchas novedades informáticas que hacen este tipo de trabajo más fiable y seguro. Aunque las máquinas no lo hacen todo y las dos socias saben que solo su sólida experiencia les permite orientarse en la administración con facilidad y resolver rápidamente las necesidades de otras personas.

Asesorar para tomar mejores decisiones empresariales

Pero ellas no se ocupan solo de resolver los trimestrales de hacienda. Lo hacen, claro, pero ellas se sienten, sobre todo, asesoras. Especialmente en temas fiscales y laborales. Conocer la legislación y la casuística, saber qué se está haciendo en la pequeña empresa, qué oportunidades o qué incentivos ofrece la administración en cada caso y en cada momento, les permite contar con una perspectiva que se traduce en buenos consejos a sus clientes. Y eso resulta especialmente valioso en el entorno en el que se han instalado, donde abundan las empresas de pequeño que necesitan externalizar este tipo de servicios especializados.

Creare Asesores abrió sus puertas el pasado otoño en un emplazamiento muy céntrico de Utiel, elegido precisamente para facilitar el acceso a toda la población. Vanessa y Arancha han preparado unas oficinas cómodas para atender a su público y cómodas para trabajar, para las que han contado con una aportación LEADER gestionada a través de RURABLE. También han preparado sus equipos con los programas informáticos más avanzados para poder hacer su trabajo más eficiente, sus precios más competitivos y su día a día más llevadero. Y ambas se han preparado mentalmente para un gran esfuerzo. Las dos están dispuestas a pasar muchas horas atendiendo este nuevo negocio. Pero también tienen claro que quieren dotarse de toda la flexibilidad necesaria para hacer compatible su vida profesional y personal. Porque cada una tiene dos hijos y las dos quieren verlos crecer. Darles ejemplo de lo que significa ser mujeres trabajadoras y esforzadas, pero también quieren estar a su lado en los momentos importantes. Y, después de todo, piensan que para eso son dos socias y podrán repartirse los esfuerzos sin dejar de atender personalmente y con mimo a toda su clientela.

Iceberg Estudio. Tatuar un coche para poner en el mapa su negocio y su pueblo

Empresas que hagan vinilado e impresión digital en gran formato hay muchas. Que hagan proyectos realmente memorables, ya no hay tantas. Pero solo hay una en el sector que se haya atrevido a imaginar y realizar algo aparentemente imposible. Está en Requena, se llama Iceberg Estudio y se ha convertido en el primer equipo del mundo en tatuar un coche. Un hito internacional.

Raúl Martínez ha puesto el nombre de Iceberg Estudio y el de Requena en el mapa de los amantes del motor; y más concretamente, en el de aquellos que buscan la personalización total de sus máquinas. Ha sido gracias a un proyecto espectacular que le ha llevado a tatuar un coche. Sí, un Mazda MX-5 que, con su carrocería decorada por los mejores diseñadores de tatuajes, ha despertado la admiración (y la envidia) de personas en el mundo entero.

Medirse con los mejores del mundo

El desafío surgió en la mente de Raúl Martínez porque quería contar que su empresa, Iceberg Estudio, era excelente. Pero, más que contarlo, quería demostrarlo. Y para ello decidió presentarse al concurso de vinilado más exigente dentro de la categoría más exigente: el vinilado total de coches.  El certamen se llama Wrap like a King y a él concurren los mejores especialistas internacionales en wrapping. Esta es una técnica muy demandada actualmente que consiste en cubrir total o parcialmente con vinilo la pintura original de un vehículo, creando ejemplares únicos. Unos son espectacularmente llamativos y otros, discretos y singulares como la furgoneta de Iceberg Estudio, de un negro mate metalizado que brilla discretamente cuando le da el sol.

La propuesta que ideó Raúl para impresionar al sector fue la de vinilar un coche y posteriormente tatuarlo. Sí, tatuarlo con agujas y tintas, con la misma técnica que se usa para la piel humana. Pasó meses buscando el material apropiado y lo encontró en el sector aeronáutico. Y luego involucró en el proyecto al estudio de tatuajes Noble Art, dirigido por el famoso tatuador Matías Noble, con sedes en Valencia, Zurich y Madrid. El grupo se completó con la colaboración de los especialistas de los barceloneses FullWrapped Vinyl Works.

El lanzamiento internacional de una empresa local

El impacto de este proyecto personal ha sido impresionante. La prensa nacional, dentro de su sección de motor, se ha hecho eco de la noticia, igual que las revistas especializadas. También el sector de los tatuajes, donde se ha seguido el proyecto con admiración por la propuesta conceptual y porque el diseño de Noble ha sabido unir las tendencias de moda con la armonía que requiere la carrocería sobre la que ha intervenido su equipo.

Eso significa también que los expertos en vinilo en general y en wrapping en particular ya tienen en su radar a Iceberg Estudio y a Requena bien ubicada en el mapa. Por si fuera poco, Raúl se ocupó de que todo se rodara en video porque sabe que el proyecto seguirá provocando curiosidad durante años. Puedes verlo aquí:

Ser el mejor del mundo

Hace poco más de dos años, Raúl estaba dudando. Pensaba dejar su trabajo como empleado por cuenta ajena y lanzarse a la piscina del emprendimiento, pero se sentía inseguro. Estaba instalado desde hacía tiempo en Requena (el espacio familiar de su mujer), con los peques felices aquí y pocas ganas de salir del lugar. Pero tenía la impresión de que un negocio de diseño e impresión necesitaba una ciudad de mayor tamaño para ser realmente exitoso.

Cuando comentaba estas dudas en casa, fue su hermano quien le dijo la frase que sería clave y a la que se anclaría su pensamiento emprendedor: “puedes ser exitoso desde cualquier lugar del mundo; da igual dónde estés, pero tienes que hacerlo muy bien”.

Aquel fue el pistoletazo de salida para su proyecto empresarial y el pensamiento que le ha dado fuerza para afrontar todo el esfuerzo que implica concretar la idea de negocio, hacer números, encontrar el local, poner en marcha los equipos, dar con el personal adecuado y, claro, buscar financiación y clientes. Su proyecto de puesta en marcha contó con el apoyo de los fondos LEADER que tramita RURABLE. En cuanto a los clientes, Raúl está comprobando que a las grandes marcas de implantación nacional les importa poco o nada si tienes tu taller en un polígono industrial próximo a una gran urbe o, como es su caso, en un pueblo no tan pequeño y con una excelente comunicación. Lo que les importa es tener trabajos impecables y a un precio competitivo. Y, por supuesto, un servicio perfecto y capaz de llegar siempre a tiempo. ¿Quieres saber más de este estudio? Visita sus redes aquí.

 

 

Pan y vino de calidad para conservar las esencias en Jaraguas

Miguel Ángel Ferrer firma sus mensajes de Whatsapp con una copa de vino y una hogaza de pan. No es solo por afición a los alimentos tradicionales, es que en ellos está su medio de vida. Heredero de una larga estirpe de mujeres panaderas y hombres de campo, él es el único de la familia que eligió quedarse en Jaraguas. Mantiene el viejo horno de leña en el que elabora panes y dulces reconocidos en toda la comarca y, desde hace unos pocos años, lanza desde su propia bodega una limitada pero interesantísima producción de buenos tintos.

Él nunca se ha arrepentido de quedarse en el pueblo. Al contrario, se siente un privilegiado que puede disfrutar de ese ritmo calmado que se respira en Jaraguas y que solo se acelera algunos días de verano, cuando el lugar se llena de veraneantes. Después de todo, a este hombre le gustan sus dos oficios y le gusta su tierra. Le gusta ver crecer a sus hijos en ese lugar y disfruta cuando los ve salir de la escuela felices porque hoy van a recoger la aceituna. Su mujer siente a veces que les está restando oportunidades a esos niños por estar instalados en una población de tan solo 160 habitantes, pero Miguel Ángel considera, al contrario, que se trata de una gran oportunidad de la que disfrutan pocos chicos. En cualquier caso, el año que viene irán cada día al instituto a Utiel y cambiará el día a día de toda la familia.

Hornero por tradición familiar

El imponente horno que muestra orgulloso Miguel Ángel se instaló en el local familiar en tiempos de sus abuelos. El oficio del pan lo ejercía su abuela, que había heredado el saber de generaciones anteriores; pero fue el abuelo, albañil, quien preparó el lugar y llamó a un especialista constructor de hornos para que montara aquel gran artefacto metálico en el sitio. Hoy todo sigue funcionando como entonces: la leña abajo y, ante la puerta, el gran volante que hace girar la superficie caliente en la que se cuece un pan de calidad, de ese que se hace con prácticas tradicionales, dando tiempo a la fermentación, y que en las grandes ciudades se vende con mucho bombo y platillo. El panadero muestra la mercancía de hoy: pan de trigo duro y pan candeal, pan con pasas y manteca, magdalenas en molde cuadrado y empanadillas. Y muestra también su único secreto: trabajar con buena materia prima, sin prisas y con masa madre a la que le añade un ligero toque de miel para evitar que el pan tenga ese gusto ácido que resulta desagradable para parte de la clientela.

En Jaraguas hubo tres hornos, pero a medida que la población descendía, fueron cerrando uno tras otro. Quedó solo el de Ferrer, que trabaja con intensidad en verano y baja de ritmo en otoño e invierno. Entonces comienza a vivir intensamente en su otro oficio. Porque, desde 2013, completa su actividad elaborando vinos en una pequeña bodega familiar.

Bodeguero de la escuela más reciente

Como tanta gente en la comarca, la familia de Miguel Ángel Ferrer tenía algunos viñedos que cultivaban entre todos sin abandonar sus correspondientes oficios. Luego, lo habitual era llevar el fruto a bodegas ajenas o a una cooperativa. Sin embargo, con un hermano botánico y otro enólogo dispuestos a ayudarle, el panadero decidió convertirse también en elaborador de vino. Y es que, en vista de que la región se está decantando por los grandes caldos con buenos resultados, los Ferrer decidieron que eso era lo mejor que podían hacer con las vides de bobal, tempranillo y tardana. Son cepas de entre ochenta y cien años cultivadas en ecológico y con bajo rendimiento, pero una fruta de excelente calidad. Cepas que son el mejor secreto de su vino. Por eso han llamado Endemic a su vino, al que en su sitio web describen por el modo de cultivo: viticultura de conservación.

Según los modernos parámetros deberíamos decir que estamos ante una bodega de garaje, por el tamaño que tiene. Aunque no es un garaje sino una pequeña construcción dentro de la misma parcela en la que se retuercen esas vides podadas en vaso. Allí, dos pequeños depósitos de acero inoxidable y unas cuantas barricas de roble obran el milagro de la mano de los hermanos Ferrer y se convierten en 1.200 botellas de vino cada temporada que expresan toda la fuerza de este territorio, todo el sabor del paisaje. Son pocas botellas pero, gracias a las excelentes críticas que reciben, acaban en manos de restauradores de calidad o en las cavas de unos pocos entendidos. Son pocas botellas, sí, pero con el poder de conseguir que este paisaje y este pueblo sigan vivos.

 

Vides, vino y turismo: una nueva visión para la antigua bodega Del Valle

Los viejos del lugar acuden a ver esa bodega renacida llenos de asombro. Es un giro de guion que nadie esperaba en la pequeña localidad de Los Cojos. Y el protagonista es Ricardo Del Valle, un joven que, contra la opinión de su propia familia, eligió quedarse en el pueblo al concluir sus estudios, restauró la bodega familiar y comenzó un nuevo negocio pegado a sus raíces.

La bodega de la familia Del Valle estuvo activa durante casi medio siglo. Los años que van desde el final de la Guerra Civil hasta finales de la década de los ochenta. Se cerró porque resultaba más operativo llevar la uva a la cooperativa que realizar nuevas inversiones y, desde entonces, el espacio que antes se dedicaba a producir vino quedó convertido en un almacén de aperos. Era el lugar donde jugaba Ricardo de niño. Y el espacio en el que crecieron sus sueños y su vocación. Porque el apego de este joven enólogo a la tierra y al vino es vocacional.

Hoy, después de tantos años de silencio, la vieja maquinaria está parada pero limpia y dispuesta para hablar a las nuevas generaciones de la elaboración del vino. Y es que Ricardo Del Valle ha restaurado la vieja bodega. La parte histórica la ha reconvertido en un pequeño museo enológico que muestra el modo tradicional de trabajar y vivir en la comarca. La nave adyacente es una bodega de moderna factura y pequeña capacidad (de momento) en la que Del Valle elabora su pequeña producción de vinos de calidad. Y el patio, que está de nuevo perfectamente limpio y enjalbegado, vuelve a llenarse de olor a mosto en época de vendimia y, durante los fines de semana, de turistas que quieren conocer la bodega, catar el vino, pasear por el viñedo y, finalmente, disfrutar de un almuerzo tan típico como contundente. Vides, vino y turismo enológico. Esa es la apuesta de un joven de 24 años que eligió quedarse.

Del terruño a la botella

Ricardo terminó el bachillerato y tenía nota suficiente para poder seguir los estudios universitarios que deseara, pero eligió entrar en la escuela de enología de Requena para centrarse en el vino. Su padre, que se vio obligado a quedarse para atender el negocio, deseaba que cursase estudios universitarios, dando por supuesto que era lo mejor para su futuro. Pero él sentía pasión por la tierra y por el vino y decidió darle una nueva vida a la bodega en compañía de Mireia, su pareja, enóloga también y heredera de una familia de productores de aceite en el interior de Castellón.

Fue la realidad de las propiedades rústicas la que impulsó a Ricardo a elaborar sus propios caldos. Porque una parte importante del terreno familiar está formada por viñedos antiguos de la variedad bobal, viñedos plantados en los años treinta del siglo pasado, de bajo rendimiento pero con una producción de excelente calidad que, lamentablemente, acababa perdida en la misma tolva que el resto de la producción de la cooperativa. Ese fue su punto de partida: reservarse esa uva para cumplir el sueño de elaborar vinos de calidad y de estilo contemporáneo. Y así pasó de los ejercicios de la escuela a sus propios ensayos y, de los ensayos más o menos caseros, a la instalación de una pequeña bodega con todas las garantías necesarias. Cubas de acero inoxidable y barricas de roble en busca de una expresión propia para las vides que plantó su bisabuelo y para la que ha contado con alguna ayuda de los fondos LEADER que gestiona RURABLE.

Una carrera de obstáculos en plena pandemia

La primera cosecha de vinos que Del Valle tuvo a punto, embotellada y lista para comercializar, cuando se decretaba el confinamiento por culpa de la pandemia. No podía comenzar con peores augurios: ninguna distribuidora quería representar al nuevo productor en esa coyuntura y toda la restauración estaba cerrada. Pero él no se rindió y, difundiendo sus productos a través de redes sociales y distribuyendo él mismo caja a caja, pudo vender una parte interesante de su producción.

Luego, con el confinamiento levantado, pero con restricciones para salir de la comunidad autónoma, muchas personas comenzaron a descubrir los territorios de interior y a interesarse por propuestas como la que Ricardo Del Valle tenía lista. El monte y el viñedo, las Hoces del Cabriel, la gastronomía y los buenos caldos han enamorado este último año a muchas familias y grupos de amigos que, de paso, se han convertido en embajadores de sus productos.

La Tahona, el horno que Andrea abrió en Jarafuel y aleja el fantasma de la despoblación

Cuando un pueblo se queda sin panadería, sus habitantes sienten más próximo el fantasma de la despoblación: las oportunidades de mantener la comunidad disminuyen. En Jarafuel ya había cerrado el último horno cuando Andrea García, llena de fuerza e ilusión y con ganas de apostar por el mundo rural, decidió abrir allí su propia tahona. Ella, que pertenece a la llamada generación de la doble crisis, supo que desde allí podía comenzar su propia historia.

Desde la terraza que hay junto a su establecimiento y mientras toma un refresco, Andrea saluda por su nombre y con familiaridad a las personas que entran y salen de la tienda y a las que pasan por la calle. Conoce a cada una de ellas, como es habitual en un pueblo que no llega a los 800 habitantes: sabe sus nombres, sus actividades o los lazos familiares que hay entre unas y otras. Y es que Andrea es ahora parte del vecindario. Viéndola en este entorno, nadie diría que ella no es de este pueblo y que, en realidad, solo hace cuatro años que se instaló en Jarafuel procedente de la vecina localidad de Ayora. Es cierto que a los dos pueblos les separan solo unos pocos kilómetros, pero también es verdad que no han tenido tradicionalmente mucha relación comercial o de dependencia administrativa, por lo que la relación entre los vecinos de ambas localidades no es muy estrecha. Pero a ella no le importó.

Parte de la comunidad local y de sus tradiciones

Es más: Andrea no es solo que esté plenamente integrada, sino que se ha convertido en un elemento clave para salvar algunos sabores tradicionales de Jarafuel. Y es que ella elabora en su horno pan y pastelería–magdalenas, cruasanes, empanadillas– pero también ha incluido en su catálogo los dulces tradicionales de Jarafuel: los grullos y las toñas. Para ella eran desconocidos, y fueron las mujeres mayores de la localidad las que le dieron la receta y le enseñaron a hacerlos. El éxito fue instantáneo. Tanto, que cada temporada hace un buen puñado de envíos a Madrid o Barcelona. Y así, las familias que quedan en Jarafuel y las que emigraron se sienten unidas por el sabor del pueblo. Es el poder de la nostalgia.

Aunque no es solo la nostalgia. Las familias que viven en Jarafuel, los bares de la localidad y los turistas de interior que visitan la comarca cada fin de semana pueden contar con pan todos los días, salvo los lunes que es cuando cierra La Tahona por descanso. Y aún podría trabajar más, sirviendo pan a bares y restaurantes de la comarca, pero eso le exigiría más inversiones (una furgoneta, una persona más) y, de momento, su obsesión es poder pagar el crédito con el que comenzó esta aventura. Prefiere ir paso a paso porque su lanzamiento aún está muy reciente.

Comenzar desde cero

Las ideas que rondaban su cabeza se concretaron cuando Andrea se enteró de que Jarafuel llevaba un tiempo sin horno propio: supo que esa era su oportunidad. Así que, con la inexperiencia de sus 23 años, pero con una decisión y unas ganas que no dejaban lugar a dudas, le pidió a su padre que la acompañara y se plantó en casa del alcalde para que le explicara qué trámites municipales debía cumplir y por dónde debía comenzar su proyecto empresarial. Pronto tuvo claro todo el diseño del proyecto: había que firmar créditos, alquilar y reformar un local, comprar maquinaria, completar muchos trámites administrativos para que el municipio, sanidad o hacienda le dieran el visto bueno y tener una vivienda en la que instalarse. Hay que dar muchos pasos antes de iniciar desde cero un negocio, por modesto que sea. Sobre todo, si hablamos de alimentación.

A Andrea García no le importó. Era su sueño desde pequeñita: tener su propio negocio. Por eso estudió económicas. Pero estaba terminando sus estudios universitarios cuando la crisis de 2008 cayó sobre nuestra economía como un mazazo, destrozando buena parte del tejido empresarial nacional y, de paso, las esperanzas de toda una generación. Ella echó un vistazo a lo que el entorno inmediato le podía ofrecer y supo que no encontraría trabajo por cuenta ajena. Por eso dio un volantazo a su vida: dejó sin completar la carrera universitaria y se lanzó a estudiar un ciclo de FP de panadería y pastelería. ¿Por alguna razón especial? “yo tengo un tío con una panadería en Ayora y, desde casi siempre, me iba a ayudarle durante el fin de semana y aquello me gustaba”. Pensó, además, que era una interesante opción de futuro.

Terminado su ciclo formativo estuvo trabajando varios meses en un horno. Las condiciones eran muy malas y el trabajo le obligaba a hacer muchos kilómetros cada día, pero quería ver cómo era el mundo real de un establecimiento, lo que no se ve en los libros. El aprendizaje fue grande y, finalmente, se decidió a emprender.

Todo el poder y el riesgo en sus manos

Las cosas han salido mejor de lo que imaginaba y el establecimiento está funcionando bien desde el primer día que abrió. Por eso, el año pasado mejoró algunos detalles en el obrador, para lo que contó con algunas ayudas LEADER gestionadas por RURABLE.

Sí, es duro levantarse de madrugada para tener pan listo a primera hora, pero es la vida de quienes eligieron ese oficio: ella, que es la dueña y el motor de este establecimiento, y su pareja, el panadero del equipo. Ambos están bien integrados en el pueblo y llevan una buena vida: un piso grande y toda la tranquilidad que desean. Aunque a Andrea aún hay algo que le preocupa: necesita devolver cuanto antes el crédito con el que comenzó su negocio. Seguro que en la cabeza de esta mujer inquieta ya se están dibujando nuevos proyectos.

La forja adquiere una nueva dimensión en Jarafuel de la mano de este artesano

Cada vez que se presenta en una feria de artesanía o en un mercado medieval, su exposición se llena de personas curiosas. Unas preguntan por sus técnicas de trabajo, otras quieren saber si da cursos, hay quien compra alguno de los productos que exhibe y rara es la ocasión en la que no recibe un encargo. Así es como mantiene vivo su negocio José Antonio Costa, herrero artesano de Jarafuel.

“Hoy queda muy poca forja artesanal auténtica”, nos dice José Antonio. “De hecho, la mayor parte de los supuestos herreros son, en realidad, montadores. Porque hay muchos productos que vienen de China y muchas piezas mecanizadas automáticamente, así que queda poco margen para ofrecer obras artesanas auténticas”. A pesar de ello, este joven herrero ha sabido encontrar un hueco propio y una forma de comercializar el arte del hierro: cada exposición de sus piezas funciona como una sugerencia que provoca que le hagan encargos. Y de cada uno de estos encargos –un tirador para Albarracín, una pieza escultórica para un jardín en la sierra norte de Madrid– surgen otros.

Así es como Costa hace crecer su clientela y da a conocer estas singulares obras que tienen mucho de tradición pero que también contienen la visión artística que este hombre imprime a cada pieza. Y es que junto con aldabas, tiradores o elementos tradicionales que hacen las delicias de quienes restauran viejas arquitecturas, este hombre forja flores delicadas o piezas tan sorprendentes como esa calavera hecha con una filigrana de hierro con la que posa para este reportaje como un moderno Hamlet.

De la carpintería metálica a la artesanía del hierro

Igual que está sucediendo en otras profesiones, el viaje que ha hecho José Antonio es el de vuelta. Los artesanos que conocían bien el oficio de la forja y que mantuvieron sus herrerías hasta los años 60 o incluso 70 del pasado siglo, tuvieron que reconvertir sus negocios en talleres mecánicos por la presión de los cambios en el campo y la industria. Él, en cambio, que inició su vida profesional muy joven en una carpintería metálica, sintió el amor por el metal y la curiosidad por conocer las viejas técnicas de tratamiento del hierro. Y de ese modo tomó el camino de regreso hacia desde el territorio de la industria y la mecánica hacia el de la artesanía.

Hoy, en su taller conviven el hierro candente y los golpes sobre el yunque con el repujado o la soldadura de diferentes tipos. Técnicas muy diversas. Unas antiguas y otras no tanto. Pero todas llevan a este artista hasta el territorio de las piezas únicas, abiertas a la improvisación y a la inspiración. Un territorio en el que José Antonio espera resistir mucho tiempo.

Taller de forja y galería de exposición

El herrero artesano acaba de instalarse en una nave recién construida. Se ha trasladado hasta el nuevo local y se ha traído su maquinaria, pero que aún le faltan unos cuantos detalles para que considere la obra completa; le falta instalar la salida de humos y el rincón que considera más importante: el que quiere preparar para exhibir sus obras acabadas. Ayer pasó por aquí la televisión regional, también con ganas de conocer al hombre que hay tras este negocio.

Lo que nos encontramos en su taller es un espacio amplio, moderno y limpio en las afueras de Jarafuel, desde donde se disfruta de una vista impresionante de este hermoso pueblo. La instalación, para la que ha contado con una subvención LEADER gestionada a través de RURABLE, tiene poco que ver con la imagen mítica de las herrerías oscuras de tiempos remotos. Y a Costa no le importa. Él busca un espacio cómodo para trabajar. Después de todo, por sus instalaciones no van a pasar caballerías que necesiten un cambio de herraduras. Como mucho, pasarán viajeros curiosos que desean ver en su pueblo algo único. Ya son muchos los que visitan las fábricas de bastones y de horcas del lugar y José Antonio sabe que ahora querrán ver en su nave una forma de trabajar que la mayoría no habrá visto más que en películas o en el sorprendente programa de telerrealidad “Forjado a fuego”.

Así integra esta organización a personas con discapacidad en el mundo rural

El proyecto de AMICA es tan simple como ambicioso: cambiar el mundo. Y hacerlo descubriendo y potenciando las capacidades de esas personas que tantas veces quedan al margen: Mari Carmen, Alejandro, Antonia, José… Personas con discapacidad intelectual o enfermedad mental con las que habitualmente no cuenta el mercado de trabajo. Pero que aquí, en esta finca de Yátova, tienen una oportunidad para aprender, trabajar y sentirse útiles a la sociedad.

Las dos cuadrillas –una agrícola y la otra forestal– llegan cada mañana puntuales a la finca Mijares de Yátova. Cinco personas pertenecen al equipo agrícola y las otras cuatro al grupo forestal. Un grupo más está en su etapa formativa.

Las dos cuadrillas trabajadoras compartían tareas al inicio de su actividad, pero a medida que han ido conociendo mejor el oficio han terminado especializándose. En el primer grupo podan la viña o riegan las aromáticas, plantan perímetros de laurel, lirio o adelfas, reparan hormas de piedra seca, vendimian o recogen la aceituna, según el ciclo anual y las necesidades de los cultivos. El otro equipo se ocupa de limpiar el monte, abrir cortafuegos, señalizar senderos o mantener el abundante monte que hay en este hermosísimo espacio natural.

A simple vista se diría que no hacen nada extraordinario, que realizan los mismos trabajos rutinarios de cualquier equipo. Y eso es lo importante: porque se trata de personas con discapacidad intelectual o enfermedad mental que, sin la intervención de esta organización, pasarían el día en casa o en centros ocupacionales (que en el ámbito rural no son muchos) y con escasas motivaciones vitales.

  

Crecer asumiendo responsabilidades

“Lo mejor de este trabajo es la variedad; que no hay dos días iguales”, dice José. Y para Alejandro, la gran ventaja es pasar la jornada laboral al aire libre “y no en un trabajo encerrado”. Lo mismo les pasa a Antonia y a Jesús, a quienes no les importa que haga frío o calor porque disfrutan de su trabajo, sin importarles la dureza que tengan algunas jornadas. Ellos cuatro y otro compañero que hoy no ha podido venir, forman la cuadrilla dedicada a las tareas agrícolas. Mañana toca recoger aceituna y la semana próxima plantarán el lavandín. Alguno de ellos había trabajado ocasionalmente en el campo acompañando a su familia, pero es en este proyecto donde han aprendido a ejecutar las tareas concretas, a asumir responsabilidades sobre ellas y a contar con un grado de independencia que jamás habrían imaginado ni estas personas ni sus familiares directos.

Lo mismo sucede en el equipo forestal. Algunos técnicos ajenos al proyecto se sorprenden al ver a estas personas (tres hombres y una mujer) con maquinaria que entraña un peligro real. Pero siempre cuentan con algún técnico de apoyo a su lado y, esto es lo más importante, su formación y su entrenamiento han sido intensivos. Y si no, que se lo digan a Mari Carmen que, para permanecer en esa cuadrilla como ella deseaba y poder seguir su ritmo de trabajo, tuvo que pasar una época de entrenamiento duro. Con una alimentación especial y un plan de trabajo físico casi de deportista de élite que, finalmente, le permitió tener la forma que hoy le permite usar una pértiga motorizada o una motosierra con soltura y habilidad.

Una larga trayectoria por la integración laboral

Para cada una de estas personas, tener un trabajo propio, sentirse útiles y disfrutar de una vida independiente es mucho más que cumplir un deseo. Es descubrir sus propias capacidades y saber que pueden seguir creciendo personalmente. Y ese es el trabajo fundamental de la asociación AMICA, una organización sin ánimo de lucro nacida en Cantabria y que promueve la integración laboral de personas con discapacidad. Lavanderías, talleres de confección o gestión de puntos limpios son algunos de sus proyectos con una trayectoria más larga. Este de Yátova, llamado Campus Diversia, es el primero que tiene un carácter rural. Y, como no podía ser de otro modo viniendo de ellos, también es un proyecto ambicioso.

Campus Diversia es un proyecto que se puso en marcha en septiembre de 2016, cuando la asociación recibió esta finca para su explotación. Se trata de un impresionante paraje de más de 400 hectáreas que atraviesa el río Mijares en el que se pueden encontrar bosques, viñedos, olivares, tierras de regadío con acequias y una casona del siglo XIX. De momento han puesto en marcha la explotación de los cultivos, el cuidado de los bosques y la elaboración de algunos productos en colaboración con empresas de la zona: tienen aceite ecológico, vino de calidad y conservas vegetales.

Pero hay más, mucho más en este proyecto que aspira a convertirse en un espacio de referencia para la educación ambiental, el turismo sostenible y la integración de personas con discapacidad. En alguno de los proyectos que se integran dentro del gran diseño de Campus Diversia estará presente la financiación gestionada por Rurable.

Paso a paso. Proyecto a proyecto

Y es que, el equipo que dirige el proyecto camina paso a paso y tiene el diseño general parcelado en pequeños proyectos. Saben que solo así podrán ponerlos en marcha: un huerto accesible para todas las personas, un hotel rural, un restaurante… Incluso un laberinto de plantas aromáticas especialmente diseñado para personas con discapacidad. La idea es que todos los elementos sirvan para mejorar la sociedad en su conjunto y, de manera especial, para potenciar las capacidades de todas las personas, trabajando desde el mundo rural por la integración.

Conoce más de Campus Diversia en su web.

¿Se puede llevar la apicultura a otro nivel? Estos ingenieros lo están logrando en Ayora

Solo podía suceder en Ayora, un nombre como pocos asociado a la producción apícola. En este lugar, donde cualquier familia tiene unas colmenas aunque se dedique a otra profesión, ha nacido Global Bee. Una empresa con una propuesta innovadora: monitorizar colmenas para poder hacer el seguimiento de su actividad en tiempo real. ¿Su objetivo? Que esta digitalización ayude a tener una población de abejas más sana y una producción de miel más controlada y, por supuesto, más rentable.

 

En el despacho de Global Bee hay plantas y pantallas. Es la doble vertiente de esta empresa nacida en Ayora y que tiene su alma dividida en dos: un parte natural y otra digital. La natural es sobradamente conocida para cualquiera que se haya aproximado al paisaje de Ayora y del Valle de Cofrentes, pero la vertiente digital de la apicultura está en fase embrionaria. De ella son responsables dos ingenieros: Evaristo Pastor y David Muñoz.

Apostar por el territorio sin renunciar al conocimiento más

Evaristo Pastor, ayorino, hace recuento de quienes estudiaban juntos el bachillerato en el pueblo y salieron de allí para estudiar a la universidad. Solo una pequeña parte regresó. Y él es uno de los pocos que hizo esa apuesta. Es cierto que su profesión ayuda, aunque también asume un grado de incertidumbre elevado. Evaristo es ingeniero de montes y lleva más de dos décadas dedicado a la consultoría. Eso exige estar siempre al día, vivir conectado y saber lo último de su sector. Solo así es posible realizar su trabajo que suele consistir en redactar proyectos para el mantenimiento de explotaciones agrarias y forestales y proponer fórmulas para que los protagonistas del sector primario actualicen sus técnicas y trabajen con datos cada vez más fiables.

Trabajar con datos abundantes y recogidos en tiempo real es una tarea que poco a poco se incorpora al campo y que la FAO está promoviendo en todo el mundo. Cuando los datos son abundantes y se usan algoritmos para la toma de decisiones lo llaman agricultura de precisión y sus resultados son muy interesantes, porque incrementa la productividad y ahorra recursos. Es una forma de trabajo que recrea de algún modo la industria 4.0, que basa su eficiencia en la acumulación de datos que son procesados con inteligencia artificial.

Dos visiones de la ingeniería para una gran idea

Evaristo comentaba esta realidad con su amigo David Muñoz, ingeniero industrial, conocedor del muy exigente sector de la automoción y experto en industria 4.0. Al cruzar sus respectivas visiones –la rural y la industrial– saltó la chispa de las buenas ideas y se puso en marcha este reto: monitorizar las colmenas para llevar la apicultura hasta otro nivel. Obtener datos relevantes que permitan saber qué está sucediendo en el interior de una caja y que su propietario pueda actuar. Pero ¿cómo?

Los ingenieros Muñoz y Pastor han pasado muchos meses en busca de la fórmula que permita hacer realidad el desafío. Fue necesario saber qué valores son realmente significativos, estudiar qué tipo de dispositivo se puede colocar en una colmena y dónde e incluso elegir el soporte; también hubo que crear el software y resolver asuntos cruciales como conectar todo ello teniendo en cuenta que, en mitad del monte, no hay enchufes que alimenten los equipos y no siempre se puede conseguir una buena cobertura de red. Una carrera agotadora contra los elementos naturales. Pero con una ventaja importante: frente a lo que sucede en la industria, donde es necesario monitorizar cada máquina, en el medio biológico nos basta con monitorizar un 5% de los elementos (las colmenas en este caso) para extrapolar los datos de manera fiable hasta en el 95% de la población de abejas.

Un sistema de uso fácil con vocación universal

Global Bee ya funciona. En la pantalla, tenemos gráficas con datos reales de algunas colmenas que están monitorizadas. Vemos la temperatura en el exterior y en el interior de la colmena, la humedad del entorno y la que hay dentro de la caja. También podemos ver el peso de las cámaras de cría y de almacenaje. Mucha información en un instante.

Pero no se trata de datos solo, sino de cómo procesarlos para convertir esos datos en conocimiento. Y de ello se ocupa el software de la compañía: puede alertar si las abejas tienen alimento suficiente o no, si están sufriendo una enfermedad o si hay muertes excesivas, puede indicar el momento óptimo de la recolección y puede, en general, medir el rendimiento de cada zona melífera. Por supuesto, también lanza aviso en caso de robo e incluso puede determinar la posición en la que se encuentra una colmena robada.

Fabricación y lanzamiento comercial

A Global Bee le ha afectado de lleno la crisis de los semiconductores. Igual que les sucede a los fabricantes de coches o a los de electrodomésticos. Pero, aunque los microchips tarden en llegar, la empresa avanza con paso firme y con la seguridad de que este proyecto, que cuenta con el apoyo de los fondos LEADER a través de RURABLE, está llegando ya a la fase de comercialización.

Como gente que se mueve en el mundo digital, Evaristo y David saben que su propuesta tiene la ventaja de ser escalable. Que el sistema podrá ir añadiendo nuevos bioindicadores, que podrá agregar nuevas capas de datos y que la unión de datos externos con los que aporte el interior de la colmena dará nuevas perspectivas a la apicultura.

Pero eso será más adelante. De momento, solo con lo que ya tienen en marcha, saben que están cambiando la forma de entender la economía de toda una comarca.

Desde las antípodas hasta Ayora para vivir en la naturaleza y promover la calma

Irene Fontana se instaló en Ayora junto a su pareja por pura casualidad y, sin embargo, siente que este es su lugar en el mundo. En él ha construido su vida y en él mira hacia el futuro apoyada en un negocio que tiene abierto hace ya dos años y que está dedicado al yoga, la meditación y la terapia.

El espacio de Irene es sencillo. Detalles decorativos en color morado, cuadros con plantas secas y un mural en el fondo. Una estufa para caldear el lugar y ese toque único que da el olor a incienso. Realmente, cualquier otro elemento resultaría accesorio porque este espacio está creado para algo más importante: concentrarse, respirar y que cada persona conecte consigo misma y pueda sentirse mejor.

La necesidad de vivir en el presente

Cualquiera diría que, en un pueblo pequeño como Ayora, donde el ritmo es más pausado que en las urbes y se respira una buena calidad de vida, abrir un espacio para promover la calma y el encuentro con uno mismo es innecesario. Pero Irene lo tiene claro: “cualquier persona tiene aspectos dentro de sí que mejorar o potenciar, siempre hay trabajo personal que hacer”. Y en esa tarea lleva empeñada desde que abrió Tu instante hace un par de años con ayuda de los fondos LEADER que gestiona RURABLE.

Su oferta es sencilla: terapia, meditación y yoga. Y hasta ella van llegando personas que tienen inquietudes muy parecidas: «desean estar bien y conocerse mejor, quieren ver claridad en el camino o conectar consigo mismas», dice Irene. «Lo que sucede es que hay diferentes formas de llegar hasta ahí. Hay gente que elige la terapia porque tiene una naturaleza que concuerda mejor con la comunicación hablada. Otras personas eligen el camino de la meditación porque se sienten mejor trabajando con el silencio y la quietud, con las visualizaciones, los mantras, la respiración… Y luego, están quienes eligen el camino del yoga que se hace más a través del cuerpo y de la energía que se mueve con él». Son formas muy diferentes de afrontar un deseo muy similar: vivir el presente con plenitud.

Barcelona – País Vasco – Australia

Irene Fontana procede de Barcelona y su pareja del País Vasco. Se conocieron en Alemania y, habiendo estudiado ambos biología, decidieron viajar a Australia. Era el sueño que ella tenía desde pequeñita. La inmensa naturaleza de este país, sus espacios abiertos y, por supuesto, la Gran Barrera de Coral, eran un imán para su imaginación. Pero había otro imán: la posibilidad de conocer mejor el lugar y, al mismo tiempo, trabajar como voluntarios en granjas ecológicas. La aventura australiana duró medio año, el máximo que legalmente podían residir como turistas en el país. Y de ella salieron conociéndose mejor y sabiendo que querían vivir en contacto directo con la naturaleza.

De regreso a España trabajaron en un par de granjas, conociendo mejor los cultivos ecológicos y biodinámicos y adquiriendo nuevas y valiosas experiencias. Hasta que asumieron que había llegado el momento de instalarse por su cuenta.

La oportunidad estaba en Ayora

En 2012, la pareja estaba buscando un lugar en el que instalarse. Estaban estudiando diversos emplazamientos, pero tenían cierta preferencia por el interior de Málaga: el espacio, el clima, los cultivos. Sin embargo, la oportunidad que estaban soñando se puso ante tus ojos… en Ayora.

Buscando anuncios en otras zonas de España vieron este otro. Correspondía a una casa ya construida, con terreno para cultivo y con olivos ya crecidos; sin conexión a la red eléctrica (detalle que Irene considera una bendición) pero con placas solares instaladas. Desde luego, la sierra de Málaga queda sustancialmente lejos, pero supieron que era el sitio en el que deseaban finalizar su época nómada. E hicieron de Ayora su pueblo.

Aportar a una comunidad

Irene trabajó durante un tiempo como monitora de tiempo libre para personas con diversidad funcional en AFADIVAC, la Asociación de Familiares y Amigos de Personas con Discapacidad del Valle de Ayora-Cofrentes. Y después decidió abrir Tu instante, segura de que tenía algo interesante que aportar a la pequeña comunidad local. No se equivocaba. Durante las épocas más difíciles de la pandemia ha sido complicado mantener el negocio, pero ella hace tiempo que cuenta con seguidores fieles. El suyo es un público que se va renovando, pero hay siempre una base importante que acude a este espacio porque ha conectado con ella y con un modo particular de entender la vida. De hecho hay más cursos de yoga en el pueblo que se imparten en la casa de la cultura y en un gimnasio. ¿Son competencia? «¡No!, suponen una riqueza para el pueblo porque cada uno tiene su estilo. Mi propuesta, por ejemplo, es más de sentir y más de respiración y encaja con un tipo de gente y no con el resto. Y eso es bueno, está bien que haya propuestas para todos».

En su cabeza ya se han comenzado a dibujar planes de ampliación del negocio. Pero también imagina colaboraciones con otras personas o con instituciones de la zona. Experiencias distintas, rutas menos trilladas o sugerencias sorprendentes: ¿por qué no organizar sesiones de meditación en la Cueva de don Juan?, por ejemplo. Para ella, toda la comarca es hermosa y tiene mucho que ofrecer. Como tantas veces sucede, los ojos ajenos son los que mejor aprecian la belleza del lugar.